Yo en temas del amor siempre fui un drama. No se si porque crecí viendo telenovelas o porque realmente en mi ADN hay una dosis de melodrama y romanticismo que me llevaron, en casi todas mis relaciones, a sufrir. Yo me enamoraba hasta los huesos, con dedicación de canciones románticas de amor estéreo o Silvio Rodriguez, y me moría de amor en cada ruptura, literal, me moría de amor. Así pues, transcurrieron mis años adolescentes y de juventud, en una tusa eterna. Hasta que me casé, profundamente enamorada. Grave error. Uno no debe casarse enamorado. El enamoramiento es un estado de lujuria, de sentir placer a través del otro. Cuando uno está enamorado, busca llenar todos sus espacios con ese ser, con ese pobre ser que uno absorbe y limita a uno mismo. Y ese enamoramiento se desgasta, se acaba y empiezan los ires y venires, las rupturas y reencuentros, hasta que llega la tusa eterna, donde yo terminaba siempre. Pensando que mi corazón no resistiría una decepción más, achacándole al otro la responsabilidad de mi dolor. Seguí en mi tusa eterna hasta que me casé de nuevo, una vez más, enamorada hasta los huesos. No aprendí. La gran diferencia es, que por suerte y no por inteligencia mía, el destino me tenía guardado un gran premio. Mi destino me trajo a un compañero de vida que pasó rápidamente del enamoramiento al amor verdadero, en donde no sufría, en donde cada vez era mejor persona, para mí misma y como consecuencia, para los demás. Amaba infinitamente a mi elegido, porque al lado de él me sentía libre, cada vez más libre. Sigo siendo una romántica empedernida, pero cada vez menos dramática. Lo amaba de verdad, porque con él yo cumplía mis sueños, con el tenía una alianza, para cada uno volar y ser feliz. No por él, ni para él, sino para mi y por mi, pero al lado de él.
Es muy fácil elegir mal, porque se elige desde el otro y no desde uno mismo. El enamoramiento es traicionero, porque anula al ser. El amor real se construye, se mantiene y se decide, porque sólo no puede existir. El amor real no anula, no limita, no hiere. El amor real acompaña, aprende, saca lo mejor de si para regalar. Recibe, sin juzgar, porque entiende que todo lo que uno recibe es un regalo. No reprocha, porque el amor no se clama. No se puede exigir recibir un regalo como uno lo quiera. El regalo se recibe como viene. Y si el regalo no me gusta, pues me retiro, en todo mi derecho de encontrar la camisa a mi medida. Yo me retiré de muchos espacios donde no me sentía cómoda, donde no podía ser yo misma, aprender de mí, y evolucionar conmigo. Insistí, me arriesgué y conseguí mi compañero ideal, e hice todo lo que estaba en mi obrar, para mantenerme a su lado, porque era mi decisión. Pero el amor es de dos. Un día, mi elegido dejó de elegirme a mi, y me derrumbé. Tuve que enfrentar la peor tusa de mi vida. Sentía como no quedaba nada de lo que yo era, me veía como un rompecabezas desarmado, tirado en el piso. Tengo una hija, y, en ese momento 45 años. Tenía que armar mi rompecabezas de nuevo. Ficha a ficha, me fui recogiendo, viendo las piezas, las que sobraban, las que no encajaban, los colores que no reconocía y también los que no sabía que existían. En cada ficha que lograba encajar, empezaba a ver un poco mejor la figura, la figura de mí misma.
Han pasado 5 años desde eso, y puedo decir que han sido los 5 años más difíciles de mi vida, pero sin duda, los de mayor aprendizaje. Autoconocimiento. Tuve que emprender a la fuerza un camino muy duro, una verdadera montaña rusa. Hoy entiendo que fue el desamor el que me trajo hasta aquí. Fue el desamor el que me enseñó a amarme, a conocerme.
Y, al final de ese puente, me estaba esperando el amor después del desamor. Sigo armando mi rompecabezas, porque entendí que de eso se trata un poco esta vida, que somos dinámicos, que somos débiles, que somos fuertes, que tenemos un mundo por resolver dentro de nosotros mismos. No lo he resuelto del todo, tampoco quiero, quiero seguir haciéndome preguntas, quiero seguir descubriendo quién soy y por qué actúo como actúo, porque en ese mismo dinamismo se abren nuevos cuestionamientos. Ahora vivo un amor maduro, un amor nuevo y más consciente. Caminé mi puente sin afán, con mucho errores, pero enfocada en mí. Hoy disfruto de ese recorrido que me trajo hasta el otro lado, y entiendo que siempre habrá una nueva oportunidad para amar, siempre y cuando haya sanado lo íntimo, lo no transferible.
Este taller se trata de eso, de acompañarte a transitar tu propio proceso, mediante herramientas que lo hagan más fácil y, sobretodo, más provechoso.